jueves, 29 de diciembre de 2022

ICV Capítulo 12: Epílogo y dimensiones internacionales


Introducción

El presente capítulo corresponde al Epílogo del Informe de la Comisión de la Verdad (ICV)*, en el cual se resumen las dimensiones internacionales que ha tenido el proceso de paz, y se resaltan las contribuciones de cada uno de los países que han aportado generosamente a la causa de la paz en Colombia. 

 

Se desea aclarar que en esta versión sintética del ICV se presentan los principales hallazgos por parte de la Comisión, manteniendo la redacción original del Informe, aunque excluyendo algunos detalles que pueden consultarse en la Referencia al final de este post, tales como testimonios, bibliografía y notas de pie de página. Además, se han abreviado los títulos, subtítulos y la numeración, para que de esta manera resulte más breve y sencilla la lectura del Informe.

 

Para facilitar la localización de cualquier párrafo de este capítulo y de los capítulos que ya se han publicado en las semanas anteriores, se incluye al final de cada uno el número de la página o las páginas donde se encuentra éste dentro del Informe original.   

Síntesis                             

“La construcción de la paz en Colombia ha estado esperando su camino durante décadas. Las víctimas del conflicto armado son a la vez el rostro del sufrimiento y el testimonio del compromiso por la no repetición. Han sido quienes ha empujado este proceso y quienes han mantenido la resistencia en muchos territorios del país en los momentos más difíciles, en defensa de la vida. La paz desde arriba es parte del Acuerdo de Paz logrado y de esa paz extensa que Colombia anhela, exige y necesita todavía completar. La paz desde abajo, desde los territorios del olvido, es la energía transformadora en la que se basa la experiencia de la Comisión de la Verdad. Las dinámicas de la guerra y la búsqueda de la paz han tejido la historia de Colombia” (p.762)

“El conflicto armado ha tenido afectación regional y en toda América Latina, pero también superarlo pasa por políticas regionales y de apoyo internacional coordinadas para una salida política al conflicto aún pendiente de completar, así como la promoción de derechos y seguridad humana en las zonas de frontera” (p.763)

“En el proceso de paz con las FARC-EP, los soportes internacionales del gobierno y de las guerrillas han sido un apoyo fundamental y la Comisión espera que lo sigan siendo en la negociación con el ELN y la salida global de sometimiento a la justicia de otros grupos, iniciada por el gobierno Santos. La mediación de actores internacionales y la protección del espacio de esas negociaciones han sido fundamentales. Así, tanto Cuba como EEUU cumplieron un rol clave para que el proceso de paz en la Habana llegara a la concreción del Acuerdo de Paz. Pero también lo fueron países percibidos por ambos actores como imparciales, como Noruega. En distintos momentos, los intentos de procesos de paz contaron con apoyo de países como Chile, México, Brasil, Venezuela, España, Suecia, Suiza, Irlanda y el Reino Unido o la propia UE, donde los países europeos acompañaron también el intento de negociación en el proceso del Caguán, con protagonismo del grupo de países amigos” (pp.763-764)

“De manera especial, el rol que jugó Estados Unidos fue central. Como lo manifestó un excanciller colombiano en entrevista con la Comisión: ‘Obama, pienso que, de verdad, se puso la camiseta enviando un enviado especial, se jugó con dinero, se jugó con apoyo político’. Pero no solo fue EEUU, también Cuba fue fundamental, no solo porque en su territorio se adelantaron las negociaciones, lo que permitió crear un espacio de confianza con garantías para las partes, sino también porque Cuba, desde los años noventa, le apostó a la paz en Colombia, y desde años atrás había dejado de creer en la posibilidad de la lucha armada en Colombia” (p.764)

“Por otra parte, el Acuerdo de paz de Colombia fue presentado y depositado en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y ante el Consejo Federal suizo como depositario de las Convenciones de Ginebra, como testigos y acompañantes internacionales de este proceso. El rol de la Comunidad Internacional no solo se circunscribió a acompañar el acuerdo sino en la construcción de la paz en el posconflicto. La cooperación de los países europeos, a través de sus agencias de cooperación nacional o a través de la Unión Europea, han sido clave desde los años noventa. La asistencia de USAID para la paz ha sido amplia en el acompañamiento y el apoyo económico de iniciativas de las instituciones de la justicia transicional” (p.765)

“El acompañamiento de instituciones multilaterales, la financiación de países a programas para el fortalecimiento comunitario, así como el apoyo a la defensa de los derechos humanos, contribuyeron en situaciones donde la población se vio obligada al desplazamiento o cuando un actor armado intimidó a una comunidad. También, los organismos multilaterales como la MAPP-OEA y la Oficina de DD. HH. de Naciones Unidas y países de la comunidad internacional ayudaron en los procesos de retorno y resistencia en el territorio; y también a escuchar y atender las denuncias de las víctimas del conflicto, incluyendo el sistema interamericano, así como servir de intermediario entre estas y el estado en momentos de tensión. La Comisión Interamericana de DDHH desde su primer informe a inicios de los años 80 y las sentencias de la Corte Interamericana de DD. HH. han sido apoyos fundamentales para las víctimas, la democracia y la lucha contra la impunidad” (p.765)

“Países como Ecuador, Venezuela, Brasil, Canadá, México, Costa Rica, Argentina, EE. UU., Chile entre otros muchos, o países de la Unión Europea como Reino Unido, España, Noruega, Suecia, Bélgica, Francia y varios más, así como otros gobiernos regionales o autónomos, con papel fundamental de ACNUR, recibieron refugiados colombianos y otros flujos migratorios internacionales bajo el estatus de refugio o reubicación familiar a un tercer país” (p.766)

“También hay una comunidad internacional que no son los Estados. Son las organizaciones internacionales solidarias, ONG, los partidos políticos o movimientos sociales, las organizaciones de ayuda humanitaria, de defensa de los derechos humanos o atención a refugiados, fundamentales tanto para dar a conocer y poner atención internacional sobre Colombia, como para apoyar o acoger a personas exiliadas en los países receptores. La Comisión ha trabajado con buena parte de ellas y reconoce su aporte a la construcción de la paz, incluyendo visibilidad y la incidencia política para la defensa de los derechos humanos” (p.767)

Análisis

Ante todo se requiere que haya reconocimiento de las víctimas del conflicto armado, para que se inicie el proceso de sanación de los traumas sufridos por ellas. Es por tanto el primer paso que la sociedad como un todo reflexione ante los crímenes y abusos a que fueron sometidas en razón de la guerra o conflicto interno. En una segunda instancia se necesita que la sociedad misma se comprometa con la reparación de las víctimas en razón de la violencia ejercida sobre ellas, causándoles heridas profundas físicas, económicas y emocionales. 

Por tratarse de un número que sobrepasa los nueve millones de personas afectadas por el conflicto, se necesita cuidadosamente trazar estrategias apropiadas según el tipo de victimización, procurando que todas ellas reciban no solo compensaciones económicas, sino también terapias psicológicas que les recupere su salud mental.

Conclusión

Si bien el conflicto armado en Colombia ha sido interno, resulta inobjetable la fuerte incidencia regional que éste ha tenido, así como también las fuertes implicaciones internacionales que éste ha traído a sus vecinos y a otras naciones, tanto durante la guerra, como en el desenvolvimiento del proceso de paz.

Recomendación

Se hace necesario privilegiar las políticas sociales y de desarrollo como medidas para generar alternativas a la violencia y al conflicto, mediante la cooperación internacional. Por tanto, es parte de la salida política al conflicto armado, el apoyo a las iniciativas de fortalecimiento del tejido social y la consolidación de la paz.


Referencia


(*) "Hay futuro si hay verdad", Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Primera edición, Bogotá, Colombia, Comisión de la Verdad, 2022. ISBN 978-958-53874-5-4

Nota

La Comisión de la Verdad fue creada en el Acuerdo de Paz firmado por el gobierno nacional y las FARC-EP en noviembre de 2016, como un organismo extrajudicial, temporal y como uno de los pilares del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición. Dicha Comisión fue integrada por once comisionados, los cuales fueron seleccionados en noviembre de 2017 y comenzaron a funcionar oficialmente en mayo de 2018. 

 

jueves, 22 de diciembre de 2022

ICV Capítulo 11: Reconocimiento de responsabilidades


Introducción

El presente capítulo trata el Reconocimiento de responsabilidades, con base en el Informe de la Comisión de la Verdad (ICV)*, en una versión sintética que extracta los principales hallazgos sobre este tema, siguendo el texto original del Informe, aunque excluyendo algunos detalles que pueden consultarse en la Referencia al final de este post, tales como testimonios, bibliografía y notas de pie de página. Por otra parte se han abreviado los títulos, subtítulos y la numeración, para que de esta manera resulte más sencillo a los lectores. Para facilitar la localización de cualquier párrafo dentro del Informe original, se incluye al final de cada uno el número de la página o las páginas donde se encuentra éste.   

Síntesis                             

“El objetivo de la justicia transicional es abrir un escenario de excepción para afrontar los crímenes de guerra y de lesa humanidad que se han dado en Colombia, buscando una ruta que ponga el énfasis en la reparación y la reconstrucción de las relaciones fracturadas por la guerra y la violencia” (p.712)

“El conflicto armado colombiano, ha sido una guerra fratricida que ha roto relaciones y confianzas, que ha enfrentado amigos, vecinos y hasta a familiares; el castigo en sí mismo resulta satisfactorio entendido como que quien ha hecho daño “reciba su merecido”, como una forma de satisfacción, “que sufra al menos un poco”, pero también en clave de una sanción que muestre que eso es intolerable, y que la justicia y el derecho deben responder a las víctimas y a la reconstrucción de la confianza y los lazos sociales rotos por el conflicto armado y la impunidad” (pp.712-713)

“La justicia restaurativa creada en el marco del Acuerdo de paz, pone el énfasis en las penas para los responsables, orientadas a la reparación a las víctimas y la sociedad… Los Reconocimientos han abierto espacios para que víctimas y responsables se reconozcan y sanen sus heridas; pero también han brindado a la sociedad la oportunidad para que reconozca los horrores de la guerra, supere visiones sesgadas o parciales y genere un punto de partida para que la paz se vaya instaurando entre colombianos y colombianas superando los estragos de la guerra. La Comisión considera que esta justicia, que pone el énfasis en la restauración, sea parte del futuro que Colombia tiene por delante” (p.713)

“La Comisión de la Verdad ha promovido distintos espacios de encuentro entre víctimas y responsables. Mientras estos han reconocido hechos, las víctimas han resaltado su dignidad. Con los procesos de reconocimiento de responsabilidades se ha realizado un examen crítico del pasado desde el propósito activado por la Comisión: tener una conversación nacional que permita ampliar las comprensiones de lo ocurrido y avanzar en el camino de la transformación… Estos diálogos se han dado en condiciones adversas, en un contexto en el que la violencia todavía no es parte del pasado y donde la polarización social sigue activa, haciendo difícil hablar de lo sucedido, especialmente entre quienes piensan diferente desde la política. Sin embargo, son diálogos que abren caminos para quebrar el silencio y contribuyen a sanar las heridas del conflicto armado y evitar su continuidad” (pp.713-714)

“Estos diálogos implicaron para las víctimas reconectarse con sus experiencias de dolor, pero también con sus memorias de lucha y resistencia. La Comisión hizo un cuidadoso acompañamiento del antes, durante y después de cada uno de los procesos, lo cual facilitó las condiciones para que la participación de las personas redundara en experiencias significativas… Quienes participaron lo hicieron de forma valiente y voluntaria. Con dudas iniciales de sus resultados o de cómo iban a sentirse, pero con la convicción de aportar a la reconstrucción de la convivencia y de la paz” (p.714)

“La Comisión, en calidad de testigo e interlocutor comprensivo, propició escenarios para que los responsables reconocieran lo sucedido, explicaran qué lo hizo posible, las injusticias cometidas, lo que jamás debió suceder y los compromisos en la prevención… Los procesos de reconocimiento hablan de una humanidad compartida, que Colombia ha olvidado en su trágico recorrido por la exclusión, el miedo, la guerra y los odios y rencores que vienen con ella. Constituyen ejemplos de construcción de nuevas formas éticas de relacionamiento, basadas en el respeto y la convicción de nunca volver a permitir que la vida y la dignidad de las personas sean pisoteadas” (p.715) 

Los escenarios de un diálogo compartido 

“Cuando la Comisión empezó a dar los primeros pasos para cumplir con ese componente de su mandato, se topó con la incredulidad de quienes podrían llegar a participar. A la falta de un ambiente favorable para poner en marcha este delicado proceso de escucha colectiva, se sumó la insensibilidad y la rigidez política que siguen dominando a buena parte de la sociedad colombiana. Para poder hacer un aporte significativo a la construcción de la paz, la verdad no puede ser solo una confirmación del horror vivido, sino también un reconocimiento que suponga una sanción social, jurídica y moral sobre lo sucedido” (p.716)

“La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) creó un marco jurídico para que los responsables puedan reconocer hechos y contribuir a su esclarecimiento a cambio de beneficios y penas restaurativas. Por parte de la Comisión, los escenarios de reconocimiento y de diálogo no tienen contrapartida judicial, pero contribuyen a la reconstrucción de la convivencia. A pesar de los obstáculos para hacer frente al dolor y el sufrimiento en un escenario político incierto y a veces negativo, la Comisión pudo propiciar muchos de esos espacios gracias a la generosidad de las víctimas y al compromiso de numerosos responsables con la verdad” (p.717)

Complejidad y alcance de los procesos de reconocimiento 

“Los reconocimientos de responsabilidad suponen oportunidades para develar verdades que muchas veces permanecen ocultas, espacios para preguntar y escuchar, para tratar de entender por qué y, a la vez, aportar experiencias desde diversos lados del conflicto armado y de sus protagonistas. No es un diálogo fácil. El solo hecho de permanecer en un mismo lugar víctimas y responsables, o de que puedan compartir un escenario social para hablar de lo sucedido, representan una experiencia única e insólita… Los reconocimientos de responsabilidad son espacios para generar confianza y explorar particularidades que para las víctimas tienen sentido y seguramente otro valor para los responsables. Son un escenario de incertidumbre, dilemas éticos, miedos, culpas o vergüenzas, pero también de posibilidades de cambiar el rumbo de la historia” (p.718)

“Aunque el marco de la Comisión ofreció condiciones para iniciar ese encuentro entre las víctimas y los victimarios, la concurrencia de los responsables resultó ciertamente limitada… Entre los factores que limitan la participación de los responsables está el miedo ante las posibles retaliaciones por parte de otros responsables y de terceros que permanecen ocultos y que se resisten a que sus conductas y responsabilidad sean develadas” (pp.719-720)

“Por otra parte, debido al abandono histórico, a la negación y a la misma violación de derechos por parte del Estado, los reconocimientos de responsabilidad, en el contexto de los pueblos étnicos, han sido esfuerzos de restitución de la confianza perdida frente a las instituciones. Son pueblos y comunidades que se resisten a ser instrumentalizados” (p.720)

“Los miembros de la fuerza pública que han participado en procesos de reconocimiento asumieron responsabilidad individual pero no institucional. En pocas palabras, que las prácticas obedecieron a decisiones personales, justificando con ello la versión de las «manzanas podridas»… Muchos expresan sentimientos de soledad, de sensación de abandono de la institución en sus procesos de defensa, de asumir el peso de la responsabilidad desde el escarnio público. El deshonor sobre ellos y no sobre la institucionalidad que los ampara, la traición a la ética de la institución” (p.721)

El valor de la autenticidad 

“Para algunas víctimas, no fue la primera vez que escucharon versiones de los responsables. Algunas tuvieron la oportunidad de escuchar a exparamilitares en audiencias como las de la Ley de Justicia y Paz, en las que el reconocimiento estuvo asociado a una búsqueda de perdón público en el marco de medidas de reparación simbólica dentro de procesos judiciales… La aceptación de la verdad requiere autenticidad, el signo más tangible de voluntad y además el más valorado por las víctimas” (p.722) 

“Por otra parte, se ha constatado la diferencia narrativa entre los excombatientes rasos y los altos mandos. En general, los primeros tienden a profundizar más en los hechos en la forma como sucedieron, lo que contribuye en gran medida a la expectativa de esclarecimiento y reconocimiento que tienen las víctimas. En el caso de los altos mandos, la tendencia es a centrarse en las lecturas políticas y las explicaciones, y menos en los hechos y en sus consecuencias” (p.723)

Reconocimiento y buen nombre 

Si bien los encuentros privados han proporcionado muchas veces contextos protegidos para poder encontrarse, el hecho de que las declaraciones y reconocimientos sean públicos se asocia a la reivindicación de una identidad positiva y de buen nombre de las víctimas. Hay que considerar que los hechos tuvieron un carácter social y político, y que la reparación debe tenerlo también. De igual manera, algunos responsables valoran que la importancia de los reconocimientos radica en resarcir el buen nombre de las víctimas y comunidades que han sido sometidas a la estigmatización, no solo de los actores armados, sino también por parte de sectores de la sociedad que les endilgan parte de la responsabilidad por habitar un territorio en particular, pertenecer a determinada etnia o tener una participación en liderazgos políticos u organizaciones sociales. En tal sentido, reconocer públicamente la responsabilidad posee un efecto liberador frente al estigma” (p.724)

Ponerle rostro a la verdad 

“Escuchar la verdad por parte de los responsables de los hechos de violencia que tanto daño les han causado resulta una tarea compleja porque implica revivir el dolor, la tristeza, la frustración, la impotencia que han sobrellevado por tantos años…«Mientras no haya una verdad efectiva, no hay tampoco reparación, o sea, poder reparar a las víctimas a través de la verdad” (p.725)

Entre la motivación, el miedo y el cuestionamiento 

“Así lo manifestó una excombatiente de las FARC-EP en una entrevista de reflexión y evaluación posterior a los reconocimientos donde participó: «Yo me sentía con una responsabilidad muy grande en mis hombros, sentía que yo tenía que utilizar las mejores palabras para no revictimizar a las víctimas, para no causarles más dolor, sentí miedo también de no usar de pronto las mejores palabras»” (p.726)

Vergüenza reintegrativa 

“Entre los responsables miembros del Ejército Nacional, como lo constató la Comisión, se evidencia vergüenza y sentimientos de arrepentimiento. En principio, con sus familiares y con ellos mismos, porque se enfrentan a la disyuntiva de mantener la negación de lo sucedido y tratar de sostener el arquetipo de héroe que media en la construcción de la identidad en la formación militar o aceptar lo que terminaron siendo al asumir la responsabilidad de sus acciones como crímenes de guerra. El valor en estos casos no es el ocultamiento, sino el reconocimiento de responsabilidad que desploma el andamiaje sobre el que se habían edificado valores como el honor, el coraje, la disciplina y el servicio, recobrados ahora como personas en procesos de reconstrucción” (p.726)

“Las víctimas rechazan con vehemencia los actos cometidos y algunas transitan o avanzan hacia el reconocimiento de la humanidad del responsable, a una imagen más flexible y real. En un intento de humanización, las víctimas pasan por repudiar los hechos y lo que los hizo posible, incluyendo la responsabilidad individual, seguida de gestos de aceptación del responsable y comprensión de lo que les ha ocurrido a nivel personal y familiar, a propósito de su contribución a la verdad” (p.727)

“Así lo planteó un exmilitar participante en el reconocimiento de ejecuciones extrajudiciales: «Ya después analizando todo lo que se había hecho, el tiempo que se transcurrió privado de la libertad, tener ese tiempo para reflexionar todos los días, para usted poder decir: “¡Hombre!, yo por qué me dejé guiar por donde no era, por qué yo me dejé convencer o... me dejé, digamos, enredar en todo esto”, y que yo en algún momento pude haber dicho no. Pero ya, a lo hecho pecho, como se dice, y no queda más sino como hombre, como ser humano y como padre; como hijo, como hermano, tratar de decirle a las personas que les hicimos tanto daño y todo ese terror que se les sembró, decirles: Acá estoy”; no con el ánimo de ofender, sino más con el ánimo de aportar algo que ellos quieren saber y es mi forma de reparar un poquito ese daño» (pp.727-728)

“Para los exmiembros de las AUC, también el paso por la cárcel se constituyó en un punto de quiebre, que les permitió reflexionar sobre su experiencia y el costo en sus propias vidas, unido a la necesidad de sentir alivio al contar su verdad desde un lugar y espacio distinto al de las audiencias de Justicia y Paz. Así lo relata un excomandante participante en el reconocimiento de responsabilidades del asesinato de la religiosa Yolanda Cerón en Tumaco en septiembre de 2001: «Fueron muchas las noches en que traté de evadir el encierro imaginando que producto de mi arrepentimiento y los años pasados en prisión algún día tendría la oportunidad de estar frente a los familiares de las víctimas para aceptar mi responsabilidad por todo el daño que les causé y pedirles perdón, especialmente en la forma que estoy haciéndolo y que me avergüenza. Hoy ante ustedes manifiesto mi sentimiento de vergüenza y dolor y entiendo el repudio que deben sentir conmigo. En mi caso, soy consciente de la deuda eterna que tengo con mi país, con las víctimas” (p.729)

“Para algunos exmilitares, el cuestionamiento de valores como el honor, la lealtad y el heroísmo han sido un camino que conduce a reflexiones éticas significativas. En principio, el reconocimiento de que la decisión vital de hacer parte de las Fuerzas Armadas está inspirada principalmente en dichos valores, o, en segundo lugar, que el temor a perder o renunciar a los mismos como ejes centrales de su identidad determinó en gran medida la participación en hechos atroces, pasando por alto los cuestionamientos que en su momento se hicieron frente a lo que estaba ocurriendo. Y finalmente darse cuenta que al reconocer responsabilidad se reivindican esos valores dándoles otro lugar” (p.731)

El poder y sentido de lo simbólico 

“En los procesos de reconocimiento, los símbolos son medios a través de los cuales se expresan sentimientos y experiencias con un lenguaje en el que reconocerse: el del miedo, el temor y la zozobra en el que han vivido muchas comunidades en las que la violencia armada no cesa, pero también se mantiene el propósito, el sentido. En los encuentros entre responsables y víctimas, no solo el cuerpo y las palabras tienen un lugar central en la experiencia. Lo simbólico cobra sentido cuando las palabras no son suficientes y permiten sacar a quienes participan de los lugares comunes, invitando a la exploración de sí mismos y de los otros, sus vidas, sus trayectos, sus emociones y reivindicaciones, así como a la contribución a crear espacios favorables a dichos procesos” (p.731)

“La potencia de los símbolos radica asimismo en la posibilidad de ritualizar un espacio que tiene enormes desafíos, pero también significados para elaborar procesos individuales y colectivos por los que han venido atravesando las víctimas en Colombia. Los símbolos han permitido traer a la memoria, la palabra y el espacio a quienes no se encuentran presentes en lo físico, pero sí en lo afectivo y en lo espiritual, como las personas desaparecidas” (p.732)

“Los intercambios profundos de verdades en los actos de reconocimiento de responsabilidades tienen posibilidad de prosperar en ambientes de intimidad, de cuidado, de seguridad, de menor exposición. Sin embargo, el lugar público resulta importante porque permite completar el proceso. Por ejemplo, en los casos en que las víctimas pidieron que se reivindicara el nombre de sus familiares víctimas, y que dicha reivindicación se hiciera pública, la realidad es que ese reclamo necesita un tercero, la sociedad, que sea testigo de la restitución del buen nombre de sus seres queridos, o de su organización o de sus pueblos, en casos particulares de los grupos étnicos” (p.735)

“Los actos públicos muestran el poder que tiene la voz de víctimas y responsables en la tarea de movilizar a la sociedad hacia una conciencia sobre el daño colectivo. Estos espacios permiten ponerle rostro al conflicto armado, el de las víctimas y el de los responsables… Los procesos de reconocimiento no son solamente entre responsables y víctimas, tienen una profunda dimensión colectiva, en la que la propia sociedad tiene un papel fundamental” (p.735)

“El reconocimiento de responsabilidades de las FARC-EP sobre los impactos del secuestro, por ejemplo, da cuenta de dicha transformación. En este proceso resultó fundamental que decidieran hablar de secuestro y no de toma de rehenes, superando las definiciones enmarcadas en el ámbito jurídico. Esto era determinante para las víctimas directas y sus familiares en términos de su dignificación y como demostración de la voluntad de resarcimiento. Durante los encuentros preparatorios y en espacios de evaluación, tanto víctimas como responsables manifestaron que este paso fue esencial en la reafirmación de voluntades, así como en la generación de condiciones para el encuentro entre las víctimas y los responsables” (p.736)

El lugar individual y colectivo de las víctimas en los procesos de reconocimiento 

“La Comisión resalta que las víctimas han tenido disposición y generosidad para volver a enfrentarse a su sufrimiento y aceptar el encuentro con los responsables… La cuestión de los encuentros no ha sido fácil. Se gesta en el marco del proceso de reconocimiento mismo y como resultado de los acercamientos paulatinos, escalonados y progresivos que van teniendo lugar, a lo largo de los cuales las víctimas hacen valoraciones respecto a la voluntad y disposición de los responsables para atender a sus demandas y expectativas” (p.736)

“Un exintegrante de las AUC y una mujer que hizo parte de las filas de las FARC-EP compartieron hechos de violencia de los cuales fueron víctimas siendo niños y que antecedieron a su ingreso a los grupos armados. Adentrarse en la historia profunda de la gente ayuda a comprender los porqués más allá de los señalamientos y de las etiquetas. Bajo la urdimbre de las historias subyace la explicación a la persistencia de un conflicto que no logramos supercar” (p.738)

El lugar de los responsables y sus narrativas 

“La participación voluntaria de los responsables es una parte clave de los reconocimientos. La verdad «desde el otro lado», desde el que tantas veces se han negado los hechos, que tiene un valor clave porque revela informaciones sensibles, detalles significativos o atmósferas que ayudan a entender o a aproximarse de forma directa a lo vivido. Una verdad que ayuda a tener respuestas, aunque sea parciales, a preguntas que han acompañado a la sociedad y a la historia… Las víctimas esperan una revelación de verdades que no esté calculada en función de ciertos beneficios judiciales. Este diseño judicial supone un aliciente y un incentivo importante para romper los pactos de silencio que acompañan a la Guerra” (p.738)

La Comisión aclara que solo acompañó procesos cuando las víctimas estuvieron de acuerdo, cuando los responsables se declararon dispuestos a responder a las expectativas de verdad y esclarecimiento que estas tienen, y, en su gran mayoría, se dieron aportes significativos a la verdad que contribuyen a la paz” (p.739)

“Para los responsables ha sido difícil responder a algunas expectativas de las víctimas que esperan saber concretamente qué ocurrió, cómo y por qué. Como lo expresan muchos firmantes del Acuerdo de Paz, en muchos casos no es posible dar esas respuestas porque muchos de quienes estuvieron directamente implicados en esos hechos murieron en la guerra o fueron asesinados” (p.740)

“Un aspecto particularmente significativo en la narrativa de los firmantes del Acuerdo es el constante señalamiento de un desbalance en cuanto al no reconocimiento por parte de otros actores del conflicto, como la fuerza pública, o los ex-AUC. Dado que los reconocimientos han tenido dimensión pública, para ellos se corre el riesgo de mostrar que quienes más reconocen sean vistos como los únicos responsables y que no mostraron suficiente disposición a la construcción de la paz” (p.741)

“Los miembros de la fuerza pública que han participado en reconocimientos de responsabilidad han requerido que los procesos tengan alto nivel de formalidad institucional. Ha sido fundamental garantizar las condiciones y tiempo suficiente para conocer y comprender el propósito y los alcances. Esto ha significado un proceso lento de generación de confianza, que a la larga le ha dado solidez” (p.742)

“Los procesos de reconocimiento de responsabilidad se han dado también como parte de otros testimonios y contribuciones a la verdad de los responsables. Por ejemplo, los miembros de la fuerza pública reconocieron la existencia de factores que han propiciado el aumento de acciones delictivas por parte de sus instituciones, como el enriquecimiento fácil, las órdenes de dar «resultados» en términos de «guerrilleros muertos» o las presiones de mandos o grupos de poder al interior de las instituciones. Estos factores han afectado directamente lo que para ellos significa el «honor militar» y los principios y objetivos de la fuerza pública en general” (p.743)

“Para muchos, reconocer es una reivindicación con su propia conciencia y una deuda con sus seres queridos. Implica vencer uno de los más grandes temores, que es romper con su identidad como «héroes» frente a la sociedad y el imaginario de «hombre correcto» frente a su propia familia… Decir la verdad después de muchos años permite recobrar un lugar ético y hacer una reflexión distinta sobre la «verdadera» valentía y el honor perdido cuando no fueron capaces de negarse a hacer algo en contra de su voluntad, o cuando accedieron a hacerlo buscando beneficios” (p.744)

“Los responsables exmiembros de las AUC han transitado por lugares distintos a los otros actores responsables, debido a la forma jurídica que tomaron sus procesos en el marco de la Ley de Justicia y Paz… La diferencia fundamental con los procesos que ha adelantado la Comisión radica en la posibilidad que han tenido los responsables de hablar de sus acciones desde un lugar distinto al jurídico… En el proceso de Justicia y Paz se revelaron muchas verdades que trascendieron en el ámbito de los tribunales de justicia o de algunas informaciones periodísticas, pero no llevaron al conocimiento ni a la difusión masiva. Ni siquiera a una investigación de las complicidades que se revelaron en los procesos” (p.745)

“En los procesos de reconocimiento adelantados por la Comisión de la Verdad, los responsables de este grupo han tenido un espacio para el encuentro con las víctimas, durante el cual el reconocimiento no solo aportó a la verdad, sino que creó un espacio para aliviar cargas de culpabilidad y expresar arrepentimiento como forma de reincorporación a la Sociedad” (p.746)

“Los responsables exmiembros de las AUC que han reconocido los hechos y sus responsabilidades, en general tienen una postura crítica respecto del Estado. Por una parte, porque con el desarrollo de la Ley de Justicia y Paz se sienten traicionados respecto de los acuerdos realizados con los jefes paramilitares en Santa Fe de Ralito. Por otra, porque a medida que ha aumentado su comprensión de las dinámicas del conflicto armado, consideran que fueron utilizados por sectores poderosos y del mismo establecimiento para consolidar su poder y sus proyectos económicos y políticos” (p.746)

“Finalmente, en la narrativa de los actores armados –exintegrantes de las FARC-EP, exintegrantes de las AUC y miembros de la fuerza pública–, también existe como lugar común el señalamiento del Estado, y, en concordancia con las víctimas, los responsables llegan a la necesidad de avanzar en transformaciones profundas, aunque a veces también hay un escepticismo frente a la posibilidad de que estas se den, debido a que consideran que hay estructuras y mentalidades que están a la base del conflicto que permanecen intactas” (p.747)

Quiebres y giros éticos 

“En los reconocimientos están en juego dos dimensiones. La dimensión ética de lo ocurrido, que se centra en la experiencia, los valores sobre la vida, los derechos humanos y la humanidad. Y, de otro lado, la dimensión política, que se relaciona con aspectos como las relaciones de poder, las jerarquías, y también las convicciones, las visiones de mundo y las identidades construidas alrededor de las mismas… Por ello, estos procesos de reconocimiento no solo hablan de víctimas y responsables, sino de los marcos sociales y culturales, políticos y económicos, que hicieron posible el horror a gran escala vivido en Colombia, y constituyen un tipo de «giro ético» para la sociedad” (pp.748-749)

“Para los responsables supone además la posibilidad de encuentro con su propia deshumanización, particularmente con la parte que generó sufrimiento y su disociación de los hechos y de su propia humanidad. Además de ello, permite el encuentro con otros integrantes de los grupos armados a los cuales pertenecieron y con las víctimas. En estos escenarios, los responsables han logrado confrontar sus propias valoraciones e integrar nuevas comprensiones respecto a su proceder, aportando elementos de lo que ello significa como aporte a un camino para la construcción de la paz. No se trata solo de ejemplos individuales o experiencias creadas en el marco de la Comisión, sino de aprendizajes y lecciones para toda la sociedad” (p.749)

Del diálogo entre los excombatientes a una revalorización de la sociedad civil 

“La visión solamente «militar» o unívoca de la realidad de comunidades, movimientos sociales o dinámicas comunitarias ha sido un facilitador de las violaciones de derechos humanos e infracciones al DIH. En un escenario de reincorporación, ese territorio ahora compartido a partir de una experiencia de convivencia cobra legitimidad y otorga una distancia del «modo guerra» bajo el que se actuó durante décadas… Es por ello que resulta indispensable dar un lugar al efecto que se deriva del diálogo y el encuentro directo con las víctimas. La posibilidad de ver y escuchar directamente a quienes encarnan los efectos más atroces del conflicto necesariamente moviliza en los responsables otras valoraciones y comprensiones que antes no habían sido posibles. También esta visibilidad de las víctimas, de escucha de su historia y de sus demandas, constituye un aprendizaje para la sociedad” (p.750)

La restauración de la convivencia 

“En los procesos de desmovilización y construcción de la paz, se necesitan pasos para restaurar la convivencia. El tránsito de una forma de vida a otra no es igual para todas las personas. Depende en gran medida de la manera como se haya dado el ingreso al grupo de referencia, de la transformación en los valores individuales y colectivos que tuvieron lugar al interior del mismo y de la forma como se haya producido el proceso de desvinculación. Sin embargo, en todos los casos se necesita una actitud social favorable y un contexto de seguridad y compromiso institucional para guiar estos procesos” (p.750)

“El tipo de fracturas comunitarias que se dieron como consecuencia de una masacre, una toma guerrillera o la desaparición de personas, es una cuestión de contexto a tener en cuenta en términos de desafíos de reconstrucción de la convivencia en el ámbito local. La persistencia del conflicto en algunas regiones del país hace que estos procesos y reflexiones estén aún mediatizados por la continuidad del conflicto y que haya necesidad de garantías para llevarlos a cabo” (p.751)

Deconstruyendo las ideas sobre la relación con la población y el enemigo 

“Algunos miembros del Ejército también manifiestan cómo el proceso de paz y los reconocimientos los han acercado a quienes en el pasado consideraban sus enemigos. Así lo manifiesta un militar participante de un reconocimiento de ejecuciones extrajudiciales: «Hoy en día tengo una amiga que fue de las FARC, yo decía que somos hermanos de patria, si ella y yo logramos ser amigos, ¿por qué no? La solución para este país es la reconciliación. Había un teniente al que le escuché decir: “El guerrillero en el fondo no es malo, el guerrillero en el fondo quiere un país mejor, como yo también lo quiero, la diferencia entre el guerrillero y yo es que hemos tenido oportunidades diferentes”, y eso para mí era una revelación en ese momento»” (p.754)

Dejar atrás la guerra: perdón, convivencia y reconciliación 

“El reconocimiento de responsabilidad es una fuerza sanadora que reta las imágenes que tenemos sobre el perdón o la reconciliación. También es una oportunidad de reflexionar en conjunto como sociedad, colectivos, movimientos, gremios y partidos políticos sobre lo que este proceso supone para Colombia. Los reconocimientos de responsabilidad no tienen que ver con obtener imágenes de abrazos, que en muchos casos están en el imaginario de la reconciliación o en las narrativas del perdón. Para las víctimas y responsables, los reconocimientos más bien han supuesto un desgarramiento que libera” (p.756)

“Estar frente a frente, evocar y revivir el daño profundo a la dignidad, es desgarrador porque enfrenta a los participantes y a la sociedad a buscar una explicación que en lo profundo es absurda o banal y muchas veces insoportable. Es un proceso doloroso, pero no en el sentido de reproducir los valores de la violencia, sino en el sentido de restaurar la dignidad y la convivencia. Muchos actos públicos de reconocimiento han sido vistos como acontecimientos colectivos, a veces en una misma comunidad, a veces para un determinado colectivo de víctimas, pero también han contado siempre con una dimensión social y, en parte, un sentido de catarsis colectiva. En la dimensión pública de los reconocimientos se vincula el dolor de las víctimas y la vergüenza de los responsables, y se interpela a la sociedad en su conjunto sobre por qué se permitió que tantas cosas sucedieran” (p.756)

“En términos generales, el perdón, como la dignificación, hacen parte de un proceso que implica múltiples factores y temporalidades. Es un proceso individual de las víctimas. Hay víctimas que prefieren tener distancia o, como han señalado públicamente, «yo les entiendo más ahora, pero será Dios quien les perdone». Si bien la Comisión es una institución «laica», la dimensión religiosa y espiritual está también en medio de estos procesos. Sin embargo, el perdón no se trata en ningún caso de un nuevo peso sobre las víctimas, ni es una obligación moral. Muchas víctimas se sienten culpables por el hecho de no poder perdonar, sienten a su alrededor una presión moral y emocional que no les corresponde. Hay víctimas que no perdonan, lo que no significa que no busquen otras maneras de dejar atrás el dolor o que estén en contra de la paz” (p.757)

“Los procesos de reconocimiento no tienen como objetivo directo la reconciliación de las partes ni de la sociedad. La reconciliación en sus diferentes significados, de afrontar las fracturas que dejó la guerra en el tejido social, hacer cuentas con el pasado por parte de los responsables, poner las bases políticas para la reconstrucción de la convivencia o restablecer relaciones rotas por la violencia y la exclusión histórica asociada a ella, forma parte del camino que Colombia está recorriendo, y el trabajo de la Comisión ha sido un fuerte impulso para conseguirla” (p.757)

“La reparación para las víctimas es una forma de no dejarlas en la cuneta de la historia. Sus verdades, sufrimientos y formas de resistencia y agenda política son una de las bases más sólidas para cualquier proceso de reconstrucción de la convivencia. Los reconocimientos de responsabilidad, más que una narrativa paralela de la reconciliación, construyen una narrativa de contradicciones, del conflicto, de la humanidad, pero sobre todo de la inutilidad de la violencia. Son también un llamado a la construcción de paz desde abajo y desde los distintos sectores sociales convocados para la superación de la guerra, el cumplimiento del Acuerdo de Paz y su extensión a otros actores que aún están en la confrontación. Las lecciones que surgen de estos procesos de reconocimiento por parte de los responsables, lo son también para la sociedad y sus instituciones” (p.758)

“Los reconocimientos de responsabilidad son un mecanismo idóneo para desescalar la violencia y sentar las bases de la transformación. La finalidad de los reconocimientos, en términos más amplios, es constituirse en un fundamento ético de la transformación social hacia la paz” (p.758)

Análisis

Ante todo se requiere que haya reconocimiento de las víctimas del conflicto armado, para que se inicie el proceso de sanación de los traumas sufridos por ellas. Es por tanto el primer paso que la sociedad como un todo reflexione ante los crímenes y abusos a que fueron sometidas en razón de la guerra o conflicto interno.

En una segunda instancia se necesita que la sociedad misma se comprometa con la reparación de las víctimas en razón de la violencia ejercida sobre ellas, causándoles heridas profundas físicas, económicas y emocionales. 

Por tratarse de un número que sobrepasa los nueve millones de personas afectadas por el conflicto, se necesita cuidadosamente trazar estrategias apropiadas según el tipo de victimización, procurando que todas ellas reciban no solo compensaciones económicas, sino también terapias psicológicas que les recupere su salud mental.

Recomendación

La recomendación fundamental para los estamentos del poder politico y gubernamental, es la de buscar fórmulas que amplíen el ejercicio democrático, mediante diversos mecanismos de participación ciudadana, dando énfasis o tratamiento especial a las víctimas del conflicto, ya que son ellas las que han perdido la confianza en las instituciones.

Además, es necesario fortalecer los estamentos comunales y la capacitación de líderes sociales, que motiven dicha participación ciudadana, mediante el diálogo, la concertación, el rechazo a la violencia, la responsabilidad social, la solidaridad y el respeto a las expresiones políticas. Sería ideal que se aprovecharan estas acciones propuestas para que se diera paso gradual hacia una democracia participativa, reemplazando los esquemas de la simple democracia representativa.

Referencia


(*) "Hay futuro si hay verdad", Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Primera edición, Bogotá, Colombia, Comisión de la Verdad, 2022. ISBN 978-958-53874-5-4

Nota: La Comisión de la Verdad fue creada en el Acuerdo de Paz firmado por el gobierno nacional y las FARC-EP en noviembre de 2016, como un organismo extrajudicial, temporal y como uno de los pilares del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición. Dicha Comisión fue integrada por once comisionados, los cuales fueron seleccionados en noviembre de 2017 y comenzaron a funcionar oficialmente en mayo de 2018. 

 

 

viernes, 16 de diciembre de 2022

ICV Capítulo 10: Relación entre cultura y conflicto armado


Introducción

En este post se presenta la Relación entre cultura y conflicto armado, con base en el Informe de la Comisión de la Verdad (ICV)*, en una versión sintética que extracta los principales hallazgos sobre este tema, siguendo el texto original del Informe, aunque excluyendo algunos detalles que pueden consultarse en la Referencia al final de este post, tales como testimonios, bibliografía y notas de pie de página. Por otra parte se han abreviado los títulos, subtítulos y la numeración, para que de esta manera resulte más práctico a los lectores. Para facilitar la localización de cada párrafo dentro del Informe original se incluye el número de la página o páginas donde se encuentra.   

Síntesis                             

“Siguiendo la definición de la Unesco, la Comisión de la Verdad entiende la cultura como «el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social». Esta, a su vez, configura una matriz de sentido común a partir de la cual los miembros de una comunidad entienden, juzgan y toman decisiones sobre comportamientos, valores y formas de relacionarse. Maneras que luego se transmiten a las generaciones futuras para mantener un sentido de identidad” (p.658)

“La cultura también incorpora experiencias y aprendizajes, sesgos, prejuicios, ideas, visiones del otro y de la otra y de lo otro. En ella se construyen los relatos, los mitos y los imaginarios; se condicionan las normas, las leyes, las instituciones, la política y las relaciones de producción. Por lo tanto, da origen a los asuntos esenciales que nos permiten vivir o no en comunidad” (p.658)

“El conflicto armado se ha alimentado y a la vez ha influenciado la cultura. Ambas cosas se han retroalimentado en una especie de círculo vicioso. Desde hace siglos, nuestra cultura ha heredado una visión excluyente del otro, de los pueblos étnicos, del campesino pobre, del disidente, del contrario. La época de La Violencia, por ejemplo, mostró que en la antesala del conflicto armado ya se libraba una guerra entre contrarios que se habían convertido en “enemigos”: liberales y conservadores, limpios y comunes, católicos y quienes se decantaron por otras visiones del mundo. En otras palabras, la desconfianza por lo diferente no surgió durante el conflicto armado, pero se agudizó durante su desarrollo” (p.658)

“El conflicto armado, entonces, no solo se funda en causas o razones objetivas, sino también en asuntos intangibles, en creencias y valores que no se han hecho lo suficientemente conscientes y que han sido convenientes para un sistema de órdenes raciales y de clases y privilegios que mantienen una democracia de baja intensidad. El papel de estas creencias se aduce en formas de pensar y sentir; en barreras psicosociales que constituyen obstáculos para la paz. Ante ellas, el conflicto colombiano parece insuperable. Los pasos para salir de él mediante negociaciones políticas o acuerdos institucionales y sociales son vistos con sospecha o en clara oposición, como sucedió en el plebiscito del Acuerdo de Paz firmado en el 2016 por el Estado colombiano y las FARC-EP. Algo que dependió justamente de asuntos culturales que determinaron la elección de apuestas políticas que promovían la no transacción con el «adversario» o su abierta eliminación” (p.659)

Los antecedentes 

“Los discursos políticos y morales, los valores, las ideas, los imaginarios y los prejuicios que alimentan la guerra se han incrustado en nuestra historia y en nuestra cultura, y han servido para justificar la violencia de unos y otros, o para presentarla como la única o la forma más viable para instalar proyectos de sociedad y de país. Muchos de estos se han impuesto desde la exclusión y el miedo, y no han resultado ser los mejores ni los más democráticos” (p.661)

“Algunos de esos sesgos culturales vienen de lejos, como nos lo recuerdan frecuentemente los pueblos étnicos y los investigadores sociales: «Mientras que ha habido largos debates sobre las posibles causas de la violencia, se ha dejado de lado el hecho de que, desde la Conquista hasta hoy, en muchos momentos los ciudadanos o los dirigentes del país han tratado de demostrar que es justa, conveniente o necesaria [...]. Con el tiempo, esos argumentos terminaron convirtiéndose en valores culturales, percepciones sociales y proyectos políticos»” (p.661)

“Junto a esos argumentos que han justificado la violencia yacen lo que la Comisión de la Verdad ha identificado como «factores de persistencia del conflicto armado interno». Uno de ellos es la herencia cultural que viene de la colonia, y que ha mediado las relaciones sociales y políticas en la construcción del Estado nación. Esto ha determinado el lugar marginal de muchos pueblos. El racismo, el clasismo y el modelo de la hacienda han dejado formas de discriminación con huellas profundas en nuestra cultura” (p.661)

“En la colonia se instauró un sistema de jerarquías o castas. Bajo el modelo económico de la hacienda se instaló la idea de que ciertas poblaciones eran inferiores a otras por su raza, género y tradiciones culturales. Lo que justificaba su sumisión, su explotación, la sevicia en contra de sus cuerpos y, en innumerables casos, su asesinato. Como dice el historiador Jorge Orlando Melo: «Así surgió la primera imagen del “enemigo” en la historia de lo que hoy es Colombia, asociada al negro o al indígena “rebelde”, que no acataba una autoridad violentamente impuesta y, por ello, terminaba siendo señalado como el culpable de la violencia misma que se ejercía sobre él». La inversión de la culpa ha sido un fenómeno muy difundido en la cultura social y política de Colombia” (p.662)

“El racismo y el clasismo, pero también el patriarcado y una conciencia precaria sobre el lugar y valor de la infancia, la adolescencia y la juventud han generado daños acumulados en quienes han vivido históricamente bajo estos órdenes sin ser reconocida su humanidad e igualdad. Por ello, la violencia en su contra se ha naturalizado y justificado. Si bien la Constitución de 1991 supuso un reconocimiento de sus derechos y culturas, los modos de actuación política y las mentalidades en gran parte del país no han evolucionado al mismo ritmo de esos logros alcanzados en materia de derechos. Mientras Colombia tiene leyes garantistas, la guerra, la exclusión, la corrupción y el narcotráfico siguen mediando en la política, la economía, las relaciones sociales y la cultura” (p.662)

Hallazgos

“Los hallazgos que a continuación describimos están basados en estas nociones

1)  El acumulado histórico de la configuración de la nación nos ha conducido a la construcción de una idea acotada y maniquea del otro, de la otra y de lo otro, que nos impide construir un «nosotros» incluyente y, por lo tanto, fortalecer la democracia con una ética pública ampliamente compartida.

2)  Herencias culturales coloniales que se han mantenido en el tiempo se manifiestan en la cultura contemporánea, estimulando violencias estructurales basadas en la exclusión social de amplias capas de población y territorios, que conducen o propician la presencia de las violencias armadas. 

3)  A su vez, la persistencia del conflicto armado ha llevado al uso y reedición de valores, imaginarios y prácticas que se arraigaron a la matriz cultural. Lo que impide una convivencia pacífica y democrática y una búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos sociales y al fin de las violencias. 

4)  Una democracia y una justicia de baja intensidad, razón y consecuencia de la persistencia del conflicto armado han estimulado la desconfianza y abierto paso a la ilegalidad” (p.665)

La noción acotada que hemos construido del otro 

“Como nación, hemos construido una idea del otro muy acotada e influida por intereses, odios e ignorancia…Una identidad negativa basada en el racismo y el clasismo, que ha estado en la base de la violencia contra culturas, pueblos e identidades diversas” (p.665)

“Colombia se ha construido también con un miedo al pobre, a los sectores que se consideran «de abajo». Se trata de una sociedad donde la relación con el Estado está mediada por la estratificación económica. Todo ello nos separa y nos impide reconocernos como iguales, como sujetos con la misma dignidad y derechos. Treinta años después de una Constitución garantista, el país sigue manteniendo privilegios y exclusiones. Algo que se ha visto reforzado por la doctrina del «enemigo interno»… Hemos naturalizado de tal forma el hecho de que hay ciudadanos de primera y de segunda clase que no nos sorprenden la inequidad, la injusticia y el horror que han vivido miles de compatriotas. La guerra no se siente como un daño común” (pp.665-666)

“La negación del otro, su desvalorización, el convertirlo en blanco de violencia porque vive en la frontera, porque es un campesino de una zona considerada «roja», porque es de un barrio pobre de Cali o Medellín, porque es un empresario o porque tiene otras ideas políticas, es un proceso en el que se engranan múltiples acciones, tanto materiales como simbólicas, que van desde el uso de los discursos, la violencia física, el abuso policial o judicial, y terminan en la instalación, dentro de la cultura política, de imaginarios de odio y desprecio. Algunos de estos prejuicios se han profundizado con el conflicto, durante décadas y por varias generaciones han escalado hasta convertirse en rasgos más permanentes de la cultura” (p.666)

“La conversión del otro en enemigo no solo ha tenido un tinte ideológico, sino que se basa en su deshumanización. Alguien sin derechos. Alguien prescindible, una amenaza para la sociedad. La deshumanización ha operado a través de los estigmas de «guerrillero», «terrorista», «comunista», o de violencias clasistas como la «limpieza social». Estas formas de nombrar y justificar los hechos han tenido un impacto no solo en las víctimas sino en la sociedad misma, que muchas veces ha minimizado la gravedad de los hechos, justificado dichas acciones o permanecido indiferente” (p.666)

“El desprecio por los otros es también el asunto base de la polarización, que divide el mundo en buenos y malos, en estos y aquellos. En Colombia no existe un «nosotros» que soporte la noción de bien común como aquello que conviene a todos de igual manera, a pesar de las diferencias. Eso ha constituido una sociedad polarizada a la que le cuesta muchísimo reconocerse en sentidos y propósitos comunes, algo que constituye un obstáculo para la convivencia y el reconocimiento de la igualdad” (p.666)

La persistencia del racismo 

“El racismo estructural es una forma de poder de un grupo que se cree superior a otros. En esa lógica, esos otros subyugados no tienen los mismos derechos, dignidad o capacidades. Con base en esa idea racista, en Colombia se han ejercido una serie de prácticas discriminatorias de manera sistemática y en todos los espacios de la vida social. El uso de nominaciones como «indio» o «india», «negro» o «negra», para nombrar a los pueblos étnicos de forma peyorativa encarna una relación a conceptos como el de «ignorante», «salvaje», «inferior» y «sucio». Pero ese es tan solo un reflejo del desprecio que la sociedad colombiana ha incubado contra la humanidad y culturas de estas comunidades” (p.667)

“El Auto 004 de 2009 emitido por la Corte Constitucional en seguimiento de la Sentencia T025 de 2004, examinó la situación de los pueblos indígenas afectados por el conflicto armado y declaró que existe un riesgo de exterminio físico y cultural de los pueblos étnicos, confirma el estado de cosas inconstitucional y el impacto desproporcionado generado por el conflicto armado interno… Las guerrillas no reconocieron las diferencias culturales ni las autonomías de las comunidades étnicas. Y el paramilitarismo, por su parte, es un proyecto fundado en nociones feudales que defiende la posesión de la tierra por parte de las élites de poder y despoja a los campesinos de la propiedad… La estratificación de ciudadanías (pobres, negros, indios, campesinos, habitantes de comunas y barrios marginales; jóvenes, izquierdosos...) ha construido la noción de sectores inferiores o peligrosos que, por lo tanto, son percibidos como «sacrificables» o «desechables». Y el diseño territorial y administrativo, pensado desde el centro, también ha contribuido a esa imposición cultural hegemónica” (pp.670-671)

“El 19 de octubre de 2020, la minga indígena caminó 500 kilómetros en búsqueda de un diálogo, pero más de seis mil indígenas del Huila y del Cauca se quedaron esperando al presidente Duque en la Plaza de Bolívar, que no atendió esta mano tendida. Los indígenas regresaron en paz y dejaron patente la exclusión… Todos estos hechos reflejan la negación de pertenencia a la nación que se les ha impuesto a estas comunidades. Algo que también está asociado con la criminalización de la protesta social en Colombia, que a su vez está en sintonía con las respuestas militarizadas, en lugar del diálogo y la negociación, para resolver los conflictos sociales” (p.671)

“La discriminación y el prejuicio racial conllevaron a la deshumanización de las personas negras, incluso en las filas de los grupos armados: «Entonces hay maltrato al interior de las instituciones por el hecho de tu ser afro. Los mandos medios y altos no respetan la diferencia y te maltratan a ti por como tú hablas. Te maltratan por como tú eres. No te llaman por tu apellido, sino “negro, venga acá tal cosa”, “negro” Todo es la palabra negro, que el negro es el sujeto fuerte, que el negro debe aguantar más que los otros soldados porque es negro, y asociamos a los negros con aquel peón fuerte que puede soportar todo como una bestia»… Si bien los derechos sobre territorio de los pueblos étnicos fueron reconocidos en la Constitución de 1991, la visión colonial sigue generando que se hayan concesionado proyectos de extracción de recursos naturales sin las consultas previas previstas por la ley o mediante consultas amañadas que han pasado por encima de las comunidades y han destruido territorios y culturas” (pp.672-673)

“La violencia que se cierne contra las comunidades indígenas y negras, como se viene advirtiendo, no es casual. Por el contrario, se fundamenta en las creencias ideológicas ya mencionadas y en aquellas que distintos actores proyectan sobre los territorios: regiones supuestamente atrasadas a las que se debe llevar el «progreso» y el «desarrollo», y por lo mismo son susceptibles de ser apropiadas por la fuerza… La definición de los territorios étnicos como espacios «salvajes», que es también una herencia colonial sostenida por una visión de productividad, permitió que se perpetuara la costumbre de «civilizar» mediante el saqueo y el despojo” (pp.674-675)

“La población barí fue reducida en un 80 % y despojada del 70 % de su territorio ancestral. En el 2014, el Tribunal Superior de Bogotá logró determinar que varios funcionarios de Ecopetrol, empresa encargada de la explotación de petróleo en la región del Catatumbo desde el 2005, establecieron alianzas criminales con el Ejército Nacional y el Bloque Catatumbo de las AUC, responsable de desplazamientos masivos de algunas comunidades del pueblo barí” (p.675)

“En las décadas de los ochenta y los noventa, la guerrilla de las FARC trasladó personas de otras regiones del país para ser vinculadas en los cultivos ilícitos que dicha estructura armada había establecido en territorios de comunidades indígenas y negras en el Bajo Atrato. Esta práctica de invasión fue replicada con mayor fuerza desde finales de 1996, luego de los desplazamientos forzados generados por las operaciones Génesis de la Brigada XVII y el Bloque Elmer Cárdenas. La expulsión violenta de aproximadamente 15.000 personas, así como el posterior reordenamiento territorial y social, facilitó que, en el marco de las alianzas que establecieron algunos agentes económicos con las AUC, miembros de la fuerza pública y funcionarios estatales, se consolidaran proyectos económicos a gran escala en los territorios despojados” (p.676)

La continuidad del patriarcado y la exacerbación de la guerra 

“El patriarcado constituye un sistema de relaciones de poder y condiciones sociales asimétricas sobre la base de un poder dominante masculino. Dichas relaciones se extienden a todos los ámbitos de la vida familiar, social, cultural, económica y política. Se inscriben en la cultura. El sistema patriarcal hace que la desigualdad se perpetúe en formas de pensamiento y de relacionarse, que se instalan en narrativas, en las instituciones, en las leyes, y que en las prácticas cotidianas someten a aquellos que consideran inferiores, como las mujeres y las personas sexualmente diversas. Es una forma de organización de la sociedad que jerarquiza a las personas a partir de la forma en que viven su identidad de género y su sexualidad” (p.678)

“En el marco del conflicto armado el patriarcado se hizo patente en la forma de pensar y actuar de todos los actores armados y de terceros civiles. Su forma de ver a las mujeres los llevó a profundizar y recrudecer las violencias, lo cual les representó ventajas frente a sus enemigos. En la guerra, estas vidas fueron frecuentemente objeto de todas las formas de desprecio, lo que reforzó la masculinidad bélica de los hombres en armas, que estaba centrada en la misoginia, el prejuicio, el poder de la fuerza y el uso de la violencia” (p.679)

“Los grupos armados fungieron como autoridad moral imponiendo normas orientadas a regular los comportamientos especialmente de jóvenes y mujeres. Entonces impusieron reglas como códigos indumentarios y toques de queda. Las mujeres se convirtieron en objetivo militar, bien fuera por transgredir roles de género, retar las normas impuestas o por ser consideradas «depositarias» del honor de las comunidades y por tanto un blanco para humillar al adversario. Muy pronto entendieron que atacar a las mujeres significaba atacar al conjunto de la comunidad y su tejido social. Desplazar a las mujeres es desplazar a las familias, pues ellas salen con sus hijos, con los ancianos, con todos aquellos que estén a su cargo. Romper el tejido social era afectar a los hijos, acabar con las familias, amenazar los hogares, destruir los cultivos, dañar los ecosistemas, fracturar la comunidad” (p.680)

“Las guerrillas, los paramilitares y miembros de la fuerza pública también utilizaron el cuerpo de las mujeres como un lugar de disputa, para demostrar que eran capaces de dominar a las mujeres humillándolas y humillando a sus parejas o a su familia. También para demostrar poderío sobre sus adversarios, compañeros y los pueblos que se oponían a los procesos de ocupación en los territorios. Y, sin duda, para satisfacer apetitos sexuales. En el caso de los paramilitares, estas violencias contenían una profunda carga de crueldad y sevicia contra las mujeres. Fue un mecanismo efectivo de terror que usaron para desplazar, despojar y controlar los territorios y comunidades en distintas partes del país” (p.680)

“Sobre las personas LGBTI+, la Comisión identificó un patrón de persecución en razón de su identidad de género y de su orientación sexual. Tanto guerrillas como paramilitares y fuerza pública les ejercieron múltiples violencias, entre ellas, las violencias correctivas ocuparon un lugar importante. Cualquier persona que transgrediera los roles de género establecidos de manera prejuiciosa por la sociedad y la cultura, constituía una amenaza para «la moral social». Entonces, en función de un control territorial y social, eran castigadas de manera «ejemplarizante», a manera de corrección e higienización” (pp.682-683)

La desprotección a niños, niñas y jóvenes 

“En el conflicto armado, los cuerpos de los niños, niñas y adolescentes se convirtieron en blancos militares por ser hijos o estar relacionados con personas que tenían identidad política contraria a la del adversario. Pero también la violencia contra sus cuerpos fue utilizada para enviar mensajes de crueldad, para camuflar armamentos o artefactos explosivos, para servir como instrumentos de guerra. Asimismo, los niños, niñas y adolescentes fueron testigos de crímenes y perseguidos por ello” (pp.687-688)

La inscripción de la doctrina del enemigo interno, la estigmatización y el exterminio del adversario 

“Un hallazgo central de la Comisión de la Verdad que tiene un gran potencial para explicar la persistencia del conflicto es la estigmatización como mecanismo de construcción del enemigo, como base de la persecución y exterminio físico, social y político. Este mecanismo se ha instalado en la cultura como extensión de los múltiples prejuicios que existen en el país y que se anclan en la historia de la construcción de la nación… La estigmatización se ha construido fundamentalmente sobre la base de la doctrina del «enemigo interno», la racialización y la aporofobia. Es decir, se ha construido sobre los sujetos excluidos mediante nociones extendidas en los discursos, en las prácticas de poder y guerreristas. Esta estigmatización es, en buena medida, de origen militar. Colombia la heredó de los Estados Unidos, que en principio fue una doctrina y una política militar de control del comunismo a Colombia” (pp.689-690) 

“Esta doctrina, que persiste hasta hoy, rápidamente se extendió a todos aquellos que no estaban de acuerdo con el sistema imperante o que demandaban transformaciones políticas, sociales y económicas: dirigentes y miembros de partidos de izquierda y progresistas; defensores de derechos humanos, líderes religiosos, lideres sociales y ambientalistas; sindicalistas, organizaciones sociales, entre otros, que, hasta la fecha, siguen siendo perseguidos, torturados, eliminados, judicializados y expatriados. En Colombia se ha hecho espionaje y persecución hasta a la Corte Suprema de Justicia, a procuradores de DDHH y a fiscales” (p.690)

“Un punto grave de la estigmatización del otro como enemigo es que muchas veces tiene origen en una mentira que se instala como verdad porque conviene a una persona, a un colectivo o a un propósito. Una mentira se repite y se repite hasta convertirse en un prejuicio colectivo o generalizado que no se cuestiona. Sobre esa mentira se construye lo que es «normal», «justo» y «aceptable» en la vida cotidiana de la gente, alejándonos de la posibilidad humana que acoge al otro o la otra como es, sin prejuicios” (p.690)

“Desde los años sesenta en adelante, la doctrina del enemigo interno se ha inscrito en la cultura, en las formas de entender el mundo y los comportamientos de la institucionalidad y una buena parte de la población. Esto ha hecho que las relaciones sean contenciosas, que no haya confianza entre los seres humanos y de ellos hacia las instancias de poder. En conclusión, la doctrina del enemigo interno se ha inscrito en la cultura consciente e inconscientemente y nos impide convivir en la diferencia” (691)

La persistencia del conflicto armado interno contribuye a la naturalización de la violencia 

“Las prácticas violentas y los enfrentamientos pasaron a formar parte de la vida cotidiana de no pocas poblaciones colombianas. Siempre hubo una justificación al alcance de la mano de los actores armados, por horrorosos que fueran los sucesos violentos cometidos. Esa justificación la podemos formular como sigue: hay que defenderse del «otro malvado», responsable de todo cuanto suceda y al cual se le tiene que contraatacar hasta aniquilarlo. Aniquilar se convirtió en el verbo a conjugar. En la sociedad civil también se fue legitimando hacer justicia por propia mano Mientras haya odio, habrá una viva propensión a destruir el objeto odiado, temido… Mientras no se visibilice el perjuicio acumulado de mentiras y no se desenmascare la construcción del «sentido común» construido, los antagonismos y los odios seguirán en todos los niveles, pues la sociedad, el Estado y los grupos armados participan de la misma matriz de sentido” (p.692)

El despojo del territorio es la destrucción de las culturas 

“El desplazamiento y despojo de tierras ha producido un enorme daño en las culturas, porque estas están estrechamente relacionadas con el territorio: «el lugar en el que se despliega la cultura». Una vez perdido el vínculo que ata a las comunidades con su tierra, con sus semejantes, con sus prácticas culturales, sus mitos y sus modos de producción, estas son arrojadas a mundos que no les pertenecen Encontrar sentido y arraigo en esos mundos ajenos no es fácil. Las competencias previamente desarrolladas no necesariamente coinciden con las necesidades del nuevo entorno para competir en el mercado, para tener un lugar, para llevar una vida digna. Razón por la cual los desplazados sufren la exclusión, la estigmatización y son presa fácil del reclutamiento de los grupos armados o delincuenciales… Esa degradación social dejó un vacío cultural en el que se perdió la moralidad y la comprensión de las causas, los efectos y las consecuencias de los hechos. La pobreza de esa periferia, sumada al desarraigo de estos jóvenes, produjo la ruptura con las costumbres campesinas con las que habían llegado sus progenitores y abuelos” (pp.694-695)

“Una nación en la que se han despojado más de 8 millones de hectáreas y arrojado a sus pobladores a un destino incierto. En donde se han destruido y envenenado cientos de miles de hectáreas, y parte del patrimonio cultural y natural en medio de la guerra. Esa es una sociedad que necesita hacer conciencia sobre lo que significa el arraigo al territorio para sus habitantes y las fortalezas que derivan de esta identidad, desconocida para los pobladores naturalmente urbanos y, por lo tanto, para muchos de los decisores del país, cuyos vínculos con el territorio son tan frágiles como los que tiene con su comunidad y su cultura” (p.696)

Una democracia y una justicia de baja intensidad conducen a la desconfianza y la ilegalidad 

“En Colombia la promesa de la democracia no se cumple para todos, pues es uno de los países más inequitativos. La corrupción es uno de los fenómenos más constantes y fuertes en la vida diaria de la sociedad colombiana, y esta afecta todos los niveles de la institucionalidad. La impunidad tiene niveles inimaginables, además de que como sistema no llega a todos por igual. La corrupción y la ilegalidad en instituciones del Estado, de la política y en sectores de la fuerza pública, sumado a la impunidad frente a los innumerables actos de violencia, impiden que las oportunidades y la protección alcancen al conjunto de la población y que muchos se sientan abandonados por el Estado. Ese sentimiento de no tener un lugar conduce al desapego e incumplimiento de la ley; al deprecio por las autoridades y por el Estado” (p.696)

“Ese sentimiento de no tener un lugar conduce al desapego e incumplimiento de la ley; al deprecio por las autoridades y por el Estado. Lo que fortalece la cultura de la ilegalidad y la ausencia de corresponsabilidades… Por lo demás, si quien imparte la ley no la cumple, y si quien debe cumplirla no recibe del Estado la protección y las condiciones necesarias para una vida digna, no hay un vínculo posible de corresponsabilidad” (p.696)

“Al respecto, el comisionado Carlos Beristain dice: «La impunidad es descrita por las víctimas con dolor y como una nueva forma de desprecio por la vida, aumentando el abismo de desconfianza por el propio Estado. La impunidad destruye la posibilidad de reconstruir una relación ética entre la gente, donde la vida y los acuerdos mínimos para cuidarla sean respetados por todos. La mentira y la negación son institucionalizadas y defendidas impidiendo que la historia de las víctimas tenga un carácter público y, por lo tanto, una apropiación de la sociedad sobre sus realidades»” (pp.697-698)

Finalmente, en la reunión propuesta por la Comisión de la Verdad para recoger aportes para el capítulo sobre recomendaciones, Pablo de Greiff enumeró los efectos de este estado de cosas: «Los grados de confianza cívica en Colombia son muy bajos. Lo mismo sucede con los grados de confianza en las instituciones y los índices de solidaridad social. Además, los niveles de intolerancia en Colombia son bastante altos. La gente se considera en riesgo y siente que está invitada permanentemente a tomar una acción defensiva de manera preventiva. Eso alimenta la posibilidad de conflicto, sumado a la capacidad de seguir normas de forma reflexiva, que en Colombia es bastante baja»” (p.698)

“Es de esta manera que una serie de antivalores se convierten en rasgos culturales, que se suman a la persistencia del conflicto armado y el narcotráfico, convirtiéndose en sentido común, en una manera natural de llevar la vida y relacionarse. En vez de elevar el valor de la vida en común, estos antivalores destruyen la comunidad, por lo que es necesario nombrarlos y enfrentarlos uno a uno y en sus interconexiones: inequidad, corrupción, ilegalidad, impunidad, desigualdad, desprecio por el Estado y por lo público; mentira institucionalizada, pragmatismo e inmediatismo en los logros económicos; intolerancia, rechazo a la forma reflexiva o al discernimiento. Todos estos elementos deben ser destituidos de la matriz de sentido común para poder vivir en comunidad” (p.698)

Los daños culturales que profundizaron las insurgencias, el paramilitarismo y el narcotráfico 

“Los actores armados, entonces, no hicieron otra cosa que naturalizar la acción por mano propia, el desprecio por la vida, la captura de poderes y rentas; la vinculación de grandes sectores de población pobre y excluida a la guerra y a los negocios ilegales que la soportan; la vinculación de las élites políticas y económicas a la vida ilegal para el logro de sus objetivos de poder, la ascensión en la escala social vía la acumulación de riqueza adquirida de manera ilegal. También transformaron los valores, las prácticas sociales y políticas que contribuyeron a deslegitimar a una buena parte de los poderes del Estado, especialmente el de la fuerza pública y la justicia, incidiendo en el grave debilitamiento de la ética pública. Los límites morales se corrieron” (p.699)

“Entidades del Estado fueron capturadas o infiltradas por grupos armados e ilegales, transformando sus prácticas. Las administraciones locales fueron cooptadas en muchos territorios. La idea de que el Estado es un botín está naturalizada. La gente en las regiones piensa que es normal que quienes llegan al poder se enriquezcan y hagan alianzas cuestionables” (p.700)

“Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, señala que esta «suspensión de la conciencia» es lo que está en las bases que permiten el horror a gran escala en las guerras. Lo que es bueno o malo no depende de la ética, sino de si es útil a los intereses en juego. Ese pragmatismo instrumental sustituye a la ética en las sociedades polarizadas como en el caso de la colombiana, luego de los impactos de la guerra. Pero ese entumecimiento moral no operó solo sobre los ejércitos o actores directos del conflicto armado. Operó, ¡y de qué manera!, sobre sectores de la sociedad que estimularon o aprobaron la violencia armada, corriendo hasta niveles indecibles las fronteras éticas” (p.700)

Las respuestas culturales al conflicto armado interno 

“A esta tragedia, a este daño cultural producido por el conflicto armado extendido en el tiempo y en la geografía nacional, se han opuesto las comunidades con su coraje para resistir y reexistir en medio de las más difíciles circunstancias. Cabe destacar desde las actitudes individuales ejemplares hasta los más variados y ricos proyectos comunitarios y sociales que han permitido transitar de la conflictividad armada a la convivencia, y del dolor a la reconciliación” (p.702)

“En el conflicto armado colombiano los medios han tenido un doble rol. Han sido aliados estratégicos para los procesos de construcción de ciudadanía y denuncia de los horrores y de los factores de persistencia de la guerra, pero en otros casos han estimulado la violencia a través de la estigmatización y del silenciamiento de algunos asuntos. de. Todo esto incide en la cultura, en el modo de relacionarnos” (p.703)

“La cultura es un dispositivo que potencia el vínculo comunitario, el arraigo, la capacidad de defensa de las comunidades y su fortaleza para superar los traumas. A más identidad cultural, si está abierta a otros y tiene arraigo territorial, mayor capacidad de articulación y defensa comunitaria… La historia reciente de Colombia está llena de actos de tremendo valor, de gente que se atrevió a decir no al mandato de la confrontación y del olvido, y que reafirmó la solidaridad como valor que nos salva… A esta transformación positiva se suma de manera decidida el Sistema Integral para la Paz, cuyas «narrativas, que han empezado a circular por estas instancias de la justicia, serán un relato cultural de profundas implicaciones, ya sea por sus propios textos de verdad, como por lo que ellos implican a los valores de la sociedad” (p.703)

El sistema educativo 

“A pesar de innumerables esfuerzos, ha contribuido a arraigar el imaginario colectivo de una nación blanca, castellana y católica; nociones de clase en las que no logra constituirse la gran riqueza de la nación ni la visión de país que define la Constitución, la de Colombia como una nación pluriétnica y pluricultural. No sobra recordar cuáles son algunos de los principios fundamentales de la Constitución del 91 que tiene que ver con esta reflexión sobre la cultura, y el llamado es a su cumplimiento: 

Artículo 1. Colombia es un Estado social de derecho [...] democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general. Artículo 2. Son fines esenciales del Estado: servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución; facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la Nación; [...] y asegurar la convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo. Las autoridades de la República están instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias, y demás derechos y libertades, y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los particulares. Artículo 7. El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana” (pp.704-705)

“Por lo tanto, es necesario que se asuma como un imperativo para el logro de la paz y se haga una propuesta integral que dé respuesta al tipo de sujeto y sociedad que es necesario formar para cumplir con el mandato constitucional sobre la base del respeto. También es necesaria la formación de una ética pública y el reconocimiento y valoración de la diversidad cultural y política o ideológica, y la capacidad de deliberación civilizada sobre la diversidad de pedagogías coherentes con la paz y la democracia… La división del sistema de educación entre privada (excluyente) y pública (pobremente financiada) ahonda las diferencias y distancias culturales. Por lo tanto, dificulta el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos y profundiza la inequidad. La educación como un derecho público debe garantizar el acceso generalizado con calidad a los colombianos, sin distinción” (p.705)

Los medios de comunicación 

“La mayoría de ellos de propiedad de sectores de poder con intereses más particulares que comunes, han extendido muchas veces una noción amañada de la realidad, han ocultado otra parte y se han ensañado con otros sectores o poblaciones, produciendo una noción fragmentada e irreal del país… Las redes sociales, si bien llegaron para democratizar la información, exigen una ciudadanía formada, capaz de distinguir lo que es verdadero, bueno y conviene a todos, de los intereses y discursos que buscan beneficios particulares o, lo que es peor, destruir valores, personas y colectivos. Este reto, el de formar una sociedad con capacidad de análisis, también lo debe asumir el sistema educativo” (p.706)

“La Comisión trabaja en un mundo donde lo digital y las redes sociales se han convertido en potentes mecanismos para difundir información. Pero también en un tiempo de esa posverdad donde no solo se difunden informaciones distorsionadas de forma masiva” (p.706)

Las iglesias y comunidades de fe 

“Por años han tenido un lugar dual en la configuración de los patrones culturales, que se radicalizan de un lado o del otro según los gobiernos de turno, los vaivenes de las directrices de las iglesias en al ámbito mundial y las ambiciones de poder de sus dirigentes. Unas veces han estado del lado de la compasión, de los pobres, de la búsqueda de la integración social y de la convivencia pacífica, y otras veces del lado de los poderes, de los privilegios y, sobre todo, de la restricción de las libertades individuales, siendo muy determinante su papel en la estigmatización del otro que no comparte su credo, que no actúa bajo su norma” (p.706)

“Por ello, la mayoría de las recomendaciones están pensadas para la transformación de una cultura que nos permita vivir armónicamente y en comunidad, para refundar las bases de la democracia. Estas van dirigidas a estos sistemas de creencia por su poder transformador, por su presencia en toda la sociedad y en todo el territorio nacional, y porque son también sectores de poder” (p.707)

Un llamado a la transformación 

“Será necesario fundar una ética pública, una ética laica, compartida por al menos una inmensa mayoría, que reconozca la igual dignidad de todos los seres humanos. Esto acompañado de una democracia que garantice el acceso pleno a los derechos de todas y todos los ciudadanos sin distinción de raza, etnia, género, religión, clase social e ideología política. Solo sobre la base de este cambio, sustantivo y seguramente lento, podrá fundarse una sociedad en la que el respeto y la justicia sean el eje del desarrollo y de la vida” (p.707)

“Al proponer la construcción colectiva de una ética pública, válida para todos los colombianos y colombianas, la Comisión invita a las distintas fundamentaciones éticas para que, desde sus fundamentos –los derechos humanos, el evangelio, las tradiciones indígenas, la seriedad humana de los ateos, la moral ecológica– todas y todos contribuyan a dar soporte al conjunto mínimo los valores que nos permitan vivir como comunidad nacional y trasladar esta identidad a las generaciones futuras” (p.707)

Análisis

Una primera observación acerca de la influencia de la violencia en la cultura ciudadana, es la de que el conflicto interno ha debilitado los valores, la confianza en el Estado y sus representantes, prestándose a que las clases marginadas incurran en actividades delictuosas, al perder las  esperanzas de tener participación, protección y servicios asistenciales.

De otra parte, al estar segmentada la población por clases sociales, con distinciones abismales en cuanto al nivel educativo, a las oportunidades de vincularse al sistema económico, o a tener protección de las autoridades ante los abusos y la explotación, se produce una polarización en las creencias, una falta de identidad, un desapego al sistema, una rebeldía a la autoridad, y el surgimiento del odio y la venganza.

El despojo de tierras y el desplazamiento forzado de muchas comunidades, han creado un daño profundo en la cultura de pueblos indígenas, que se han visto abocados a la lucha por su sobrevivencia, bajo condiciones infrahumanas de exclusión, marginamiento que las hace proclives a su reclutamiento para dedicarse en actividades ilícitas.

La soñada democracia, amplia en derechos ciudadanos, está lejos de cumplirse dentro de una sociedad cada vez más inequitativa y corrupta, especialmente para los pueblos étnicos y discriminados que los expulsa y rechaza, creando un ambiente de ausencia del Estado en el que se violan las leyes y los derechos humanos.

Recomendación

La principal recomendación es acerca de la construcción de una cultura de la paz, que erradique los vicios y taras culturales que se asentaron en la mentalidad de la gente, acerca del “enemigo interno” creado en oposición al comunismo desde hace más de seis décadas, y la discriminación racial que ha existido desde la Colonia, y ha permanecido en el subconsciente de los colombianos por varios siglos.

Dentro de los esfuerzos del Estado por crear y construir una cultura de paz, está la ley 1732 de 2015 que estableció la “Cátedra de la Paz”, como de obligatorio cumplimiento en todas las instituciones educativas del país. Su objetivo es fomentar el proceso de apropiación de conocimientos y competencias relacionados con el territorio, la cultura, el contexto económico y social y la memoria histórica, con el propósito de reconstruir el tejido social, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución. 

Referencia


(*) "Hay futuro si hay verdad", Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Primera edición, Bogotá, Colombia, Comisión de la Verdad, 2022. ISBN 978-958-53874-5-4

Nota: La Comisión de la Verdad fue creada en el Acuerdo de Paz firmado por el gobierno nacional y las FARC-EP en noviembre de 2016, como un organismo extrajudicial, temporal y como uno de los pilares del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición. Dicha Comisión fue integrada por once comisionados, los cuales fueron seleccionados en noviembre de 2017 y comenzaron a funcionar oficialmente en mayo de 2018. 

 

 

Oración por la Paz en Colombia

Padre, Tú eres un océano de paz y nos regalas por medio de tu Hijo Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo este don, y lo siembras en ...